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El régimen de Muammar Khadafy tortura no sólo a sus ciudadanos, sino también a los periodistas que él mismo invitó a venir, y en lugar de ocultarlo, parece que quiere que el mundo se entere de sus crímenes. En Libia, a los trabajadores indocumentados les va bien y a los que cuentan con beneplácito presidencial, muy mal.
Los reporteros que entraron ilegalmente por el este de Libia en febrero (como este cronista), colándose por la frontera egipcia, pensaban que corrían grandes riesgos, pues se trataba de un acto ilegal en un territorio desconocido repleto de hombres armados. Cuando a principios de marzo otro grupo de comunicadores llegó a la capital, Trípoli, por invitación del gobierno de Khadafy, los colegas en Benghazi los vieron como privilegiados.
Todo lo contrario. Si los ilegales fueron recibidos con entusiasmo por los hombres armados de la revolución, los invitados se encontraron con anfitriones que les hacen la vida imposible, que los amenazan, hostigan e incluso torturan.
Poco antes de redactar esta nota, el Comité para la Protección de los Periodistas dio a conocer que creía haber descubierto el destino de dos reporteros desaparecidos, el iraquí Ghaith Abdul-Ahad, enviado del periódico británico
The Guardian, y el brasileño Andrei Netto, del diario
O Estado de S. Paulo, que finalmente fue liberado.
Según informó ayer el diario brasileño, los dos periodistas estuvieron detenidos por un tiempo en la misma celda, en la ciudad de Sabratha, a 60 kilómetros de Trípoli, aunque el periodista de O Estado de S. Paulo no sabe dónde está su colega en este momento. Aunque desde la cancillería brasileña afirmaron que Netto está "bien de salud", se sospecha que ambos informadores fueron sometidos a simulacros de ejecuciones y torturas, como ocurrió con tres colegas de la BBC, liberados anteayer, que contaron una historia espeluznante.