Es probable que lo hayan visto en la televisión. Una mujer joven llega con su maleta a una gran ciudad. Sale del metro y camina entre los grandes edificios. Mira hacia arriba, intimidada; su cara es seria. La ciudad, toda cemento, parece imponente, amenazadora.
anuncio prime amazon
© Captura de imagen
Llega a su piso, su nueva casa. Es un pequeño estudio con una habitación. No hay nada, solo cuatro cajas por abrir. Se instala, duerme en el sofá y ve la tele (Amazon prime) mientras se come la cena precocinada.


Está sola. Parece evidente que ha llegado a la ciudad para trabajar. Su forma de llenar la casa, de empezar a hacerla un hogar, es comprar por Amazon Prime (entrega inmediata) plantas y macetas. Compañía vegetal. Mientras lo hace, en el resplandor de la pantallita del móvil, su rostro se ilumina. Las plantas van llegando. Se acerca a la ventana y un nuevo día amanece. De repente todo es un poco menos gris (sin llegar a ser radiante) y en su rostro brota una sonrisa. Podría ser el final del anuncio, sería tranquilizador, pero entonces el plano cambia, su ventana, su balcón y ella se van alejando, se aleja la cámara y nos muestra su edificio al completo, rodeado de otros edificios iguales, algo parecido a una colmena en la que solo su «celda», su balcón, tiene vida, verde. Es desasosegante porque ese último plano, que tiene algo maquinal y como de dron, parece bromear sobre el plano anterior. Es un nuevo comienzo, ella mira al horizonte de una avenida esperanzada, pero alrededor no hay nada, no hay nadie. Su sonrisa de antes nos parece ingenua, entrañable su insignificancia.

El anuncio no es precisamente eufórico. Frente a la felicidad de la publicidad (los anuncios de cerveza, por ejemplo, siempre con gente), pinta un cuadro un poco deprimente: una mujer vive en un pequeño piso y remedia su soledad con compras por Amazon. Es así como construye una isla personal en un entorno de cemento hostil.

El movimiento de cámara final, en contrapunto, parece que quisiera enseñarnos el vecindario al estilo de Hitchcock en «La ventana indiscreta», pero sin encontrar vecinos. No hay nadie. No hay vida. Son edificios cuya fealdad y soledad parecen propios de un paisaje posbélico. ¿Está pidiendo Amazon a los demás miembros de la colmena que se animen, que llenen su vida de cosas, de verde, de color, como ha hecho ella? ¿Están diciendo que son la única forma?

Adquiere un punto cínico el realismo de Amazon. Porque la experiencia de esa chica en el anuncio se parece mucho a la que tuvimos en algún momento durante la pandemia, cuando encerrados «vivíamos» a través de lo que podíamos comprar a domicilio. El único contacto con el exterior, en un momento dado, fue comercial. Amazon se ofrece como la herramienta más apropiada para la vida pospandémica recordándonos que, en cierto modo, no dista mucho de la pandémica. Que ya siempre será un poco «covidiana».

Amazon es optimista, supongo. No es verdad que «No tendrás nada y serás feliz». Estarás probablemente solo o sola, habitarás un pequeño lugar porque eres afortunado y has conseguido estar en la Gran Ciudad, pero claro que tendrás algo: lo que nosotros te traigamos en una experiencia de consumo-vida, de consumo-contacto, en la única y real interlocución, un único hilo de conexión.

El mundo se declara y se proclama ya así: solitario, difícil, precario, megaurbano y hostil. Y el consumo personalizado, directo, online y a domicilio se ofrece como única forma (o al menos la más fácil) de conseguir algo humano y propio. Algo que llevar con nosotros en cada «nuevo comienzo».